RAMÓN ZURITA SAHAGÚN 8 junio, 2023 | Hace 1 año
Uno de los grandes alimentos que tiene cada seis años cierto sector de la población nacional, es la sucesión presidencial, la que atrae, intriga, regocija, divide, molesta y hasta divierte a quienes la siguen de cerca.
Para los políticos representa un reacomodo de fuerzas, espacios y tiempo para cambios de casaca, olvidar promesas del pasado e intentar hacer una nueva vida.
El ajuste de filas es importante, ya que quienes se acomoden con un candidato fallido, quedan a la mitad del camino y los que escojan bien, serán recompensados en la siguiente administración de acuerdo a su cercanía.
Tradicionalmente los cercanos al candidato ganador son situados en los cargos principales del gobierno federal, otros más son enviados al Congreso de la Unión para que se fogueen y en su momento ser nominados a los gobiernos estatales.
Es mucho lo que juegan los políticos en la sucesión presidencial, ya que es difícil recomponer sus carreras en el caso de equivocarse.
Desde el advenimiento de la democracia, hacia finales del siglo pasado los grupos del poder se conforman de acuerdo a quien ganó la Presidencia de la República.
Y es que en 1994 las cosas cambiaron con el asesinato del candidato favorito, Luis Donaldo Colosio, a cuya vera se habían alineado sus amigos de siempre, sus colaboradores y otros que apostaron por él como sucesor de Carlos Salinas de Gortari.
El crimen de Colosio dio un giro radical, ya que todos los anteriores fueron desplazados por el nuevo grupo, el de Ernesto Zedillo, quien marginó todo lo que oliera al sonorense.
Llegó un nuevo grupo disímbolo, conformado por personajes alejados del ya ex presidente Carlos Salinas de Gortari, los pocos leales a Zedillo y otros con los que no guardaba ninguna identificación, pero que tenían la fortuna de no ser de los equipos del anterior Presidente y del candidato sacrificado.
Seis años después llegaron los guanajuatenses, a los que trajo Vicente Fox, algunos de ellos colaboradores suyos en el gobierno estatal que tomaron un nivel inesperado para ellos y para los políticos también. Muchos de ellos analfabetas de la política, pero cercanos al entonces Presidente de la República.
Con Felipe Calderón llegaron los michoacanos, aunque Felipe ni siquiera estaba muy identificado con el estado que alguna vez intentó gobernar. También formó su grupo de jóvenes panistas a los que invitó a su gobierno.
Los mexiquenses de Enrique Peña arribaron con el nuevo Presidente. Se trataba de colaboradores de su gobierno estatal, muchos de ellos todavía sin nivel para los cargos que ocuparon. El Presidente destacó una nueva clase política, formada por jóvenes gobernantes, los más de ellos en la cárcel y otros señalados por corruptelas, como fue todo su gobierno.
El arribo de Andrés Manuel López Obrador trajo consigo una escalada de tabasqueños en cargos de primer nivel y el reciclaje de políticos de anteriores administraciones que le juraron fidelidad, sin importar su capacidad.
En la actualidad, la sucesión que atrae es la del tabasqueño, ya que él mismo juega un papel importante, como lo hicieran en el pasado los priistas del partido monolítico, donde daban por sentado que el partido gobernante continuaría conduciendo los destinos del país.
Cuatro nombres son los que salen a la palestra de parte del partido gobernante Claudia Sheinbaum, Marcelo Ebrard, Adán Augusto López y Ricardo Monreal, los que habrán de disputar la nominación que hará el gran elector, pero mientras tanto tendrán que convencer a los electores para que la o las encuestas que se realicen les resulten favorables.
Quien gane de ellos o, si en su caso, gana la oposición que se ve sumamente desarticulada veremos, tal vez, el nacimiento de una nueva clase política o el reciclaje de los muchos que han quedado varados y marginados en el pasado.