RAMÓN ZURITA SAHAGÚN 14 julio, 2023 | Hace 1 año
Desde que fueron destapadas las “corcholatas” finalistas, Adán Augusto López fue catalogado como “el caballo negro” de la contienda y hasta se llegó a hablar de que se trataba del verdadero “tapado”, aquel emblemático personaje al que el presidente López Obrador considera enterrado para siempre.
Adán reunía muchas “virtudes de las que le gustan al gran elector del candidato de Morena. Se trata de uno de sus hermanos de elección (Claudia y Marcelo son los otros dos, ya que Julio Scherer fue descartado de ese selecto grupo), además de ser su coterráneo y seguir su misma línea, aunque par de rayitas debajo de su carisma, explosividad e intolerancia.
El Presidente lo trajo a la Secretaría de Gobernación para devolverle a esa dependencia las funciones que le habían sido arrebatadas con la anterior ocupante de la oficina. Lo protegió, lo designó su representante ante las instancias políticas, como corresponde a un ocupante del palacio de Cobián y Adán le respondió con una gran interrelación con el Poder Legislativo, tendiendo los puentes necesarios para aprobar algunos de los dictámenes pendientes.
López Obrador no se cansaba de elogiarlo e incluso lo designó para conducir las mañaneras en el reposo obligado por enfermedad del Ejecutivo.
Todo ese conjunto de cosas, elevaron a Adán a la estratosfera y lo situaron en los cuernos de la luna. Varios gobernadores que tenían a Claudia como su apuesta cambiaron su ruta y enfocaron hacia Bucareli sus propósitos.
Adán crecía de manera espectacular entre la militancia y los altos mandos políticos de su partido, pero no hacia fuera. Sus números seguían muy por debajo de Claudia y de Marcelo, siendo esta una de las razones por lo que se optó por sacarlos a placearse con recorridos por todo el país.
El entonces secretario de Gobernación desbrozó su equipo de campaña y ahí se consideró que con ese grupo no le alcanza para una competencia como la que se espera y que tiene todavía más de cincuenta días por delante.
Los dos principales operadores Leonel Godoy y Cuauhtémoc Ochoa, ambos diputados federales, distan mucho de ser considerados políticos de primer nivel. Godoy fue gobernador de Michoacán y se especula que fue el que abrió las puertas de par en par a la maña y su fama pública no es muy buena. Ochoa siempre fue un político de segundo nivel en el Partido Verde, por lo que decidió dar el salto a Morena.
Andrea Chávez, también diputada federal, era quien marcaba la pauta en el equipo, hasta que por sus excesos fue hecha de lado.
Inició mal Adán, ya que su rechazo a los cinco millones de pesos que otorga el partido a cada una de las “corcholatas” fue considerado como pose chocante de un político insuflado y jactancioso.
La “corcholata” tabasqueña sigue sin pintar en los números de las encuestas, a pesar de tener espectaculares y bardas sin fin en las que se difunde su figura, por lo se le advierte desplomado y abatido en su actitud ante el gran elector.
Adán está siendo objeto de fuego amigo y lo resiente. Se le ve sin enjundia, apagado, como si de antemano se estuviese preparando para la derrota.
Trato de enmendar su patético equipo, haciendo un reajuste y recuperar la garra con la que llegó a la Secretaría de Gobernación y esa muestra de destreza política que lo llevo a ser un diputado y senador importante, antes del arribo de Morena al poder, pero no la alcanza, tal vez por advertir que le será difícil dar el estirón que se requiere y justificar el porqué sigue catalogado como el “caballo negro” de la sucesión presidencial.
Adán no se bajará de la contienda como tampoco nadie de las “corcholatas” lo hará por ser un compromiso adquirido ante el presidente López Obrador, pero no se ve a gusto como dice su propaganda.
Eso sí, guarda un resentimiento contra aquellos que le desataron el fuego amigo, los tiene identificados y ya sabe de dónde surgió.