Carlos Ramírez 13 abril, 2022 | Hace 3 años
Al carecer de un componente socialista, el papel de Rusia, China y Corea del Norte en el escenario internacional se queda solo en una guerra de posiciones geopolíticas. Desde 1989, el mundo no asiste a una confrontación de propuestas ideológicas, sino que ha quedado de rehén entre potencias con armamento nuclear todavía existente y decisiones de dominación imperiales.
La desaparición de la Unión Soviética en 1989-1992 y la propuesta de Putin de fortalecimiento de Rusia no encontró en la Casa Blanca la reflexión estratégica respecto a la construcción de un nuevo equilibrio entre potencias militares. Las presidencias de Clinton, Bush Jr., Obama y Trump se olvidaron de precisar el papel internacional de Estados Unidos sin la URSS.
Los ataques terroristas del 9/11 de 2001 dentro del territorio estadounidense recordaron que las expresiones aisladas de bombazos y secuestros de la comunidad radical musulmana formaban parte de una nueva reorganización geopolítica del planeta. La respuesta de Bush Jr. y Obama a los Yihad estuvo marcada por decisiones militaristas y no por un pensamiento estratégico de seguridad nacional planetaria. Trump dio un paso hacia atrás en el dominio geopolítico de Estados Unidos.
La presidencia del Biden, con todo y sus limitaciones y la mediocridad de su equipo de inteligencia y seguridad nacional civil y militar, entendió cuando menos que el aflojamiento imperial estadounidense de 1993 a 2020 estaba repercutiendo en un desequilibrio estratégico en el mundo y había beneficiado el fortalecimiento de Rusia, China, Corea del Norte y sobre todo Irán. En este sentido, la guerra de Ucrania debe entenderse en el puente de seguridad nacional del discurso pacifista incumplido de Obama en Berlín y el posicionamiento de regreso imperial de Estados Unidos que anunció el presidente Biden en su discurso oficial en la conferencia de paz en Múnich a comienzos de 2021.
La importancia de este nuevo escenario estratégico empieza a conocerse en América Latina con las presiones de la Casa Blanca contra México para obligarlo a sumarse a las sanciones contra la Rusia de Putin, no tanto por la ineficacia de sus resultados, sino más bien por el mensaje de nueva hegemonía estadounidense en el continente americano, ahora fragmentado en países con gobiernos políticos populistas y en muchos sentidos antiamericanos.
El Gobierno del presidente López Obrador no le ha dado la importancia necesaria al replanteamiento de la política exterior de México vis a vis las prioridades de reconstrucción imperial de Biden, aunque la negativa a sumarse a las sanciones estadounidenses contra Putin y el sentido nacionalista y estatal de la ley eléctrica han mandado el mensaje a la Casa Blanca en el sentido de que México entró en una zona de autonomía relativa de intereses diplomáticos y de seguridad nacional.
Este posicionamiento coyuntural de México no se ha explicado a la sociedad política y nacionalista mexicana y se ha dejado solo como pronunciamientos coyunturales en la relación bilateral. Sin embargo, la autonomía relativa de la diplomacia mexicana ha sido suficiente para exhibir el entreguismo de la política exterior mexicana que llevó implícito el Tratado comercial que el presidente Salinas de Gortari inicio con el presidente Bush Sr. en 1989 como parte de la desarticulación del nacionalismo mexicano que fue clave en la resistencia a la conversión de México en un protectorado funcional de los intereses de seguridad nacional de Washington.
La decisión de soberanía nacional para definir un nuevo marco de reparto del mercado eléctrico y las presiones estadounidenses para que México se sume a las sanciones contra el Gobierno de Putin forman parte del replanteamiento estratégico que está realizando el presidente Biden para reconstruir el poder de Estados Unidos en el dominio geopolítico y económico del planeta después del largo período de 1993-2020 en que los presidentes estadounidenses carecieron de una perspectiva de seguridad nacional hegemónica. La estrategia de seguridad nacional de Biden rescata el enfoque de dominación que tuvo la política de seguridad nacional con Reagan y Bush. Biden declaró en Múnich el año pasado que Estados Unidos regresará a tomar el control del mundo, y con esta afirmación se deben analizar los comportamientos agresivos de la Casa Blanca contra Rusia y China y el fortalecimiento de la OTAN.
A países como México solo le queda el nacionalismo como forma de resistencia al expansionismo económico-ideológico de Estados Unidos después de la crisis financiera de 2008. Pero al mismo tiempo, el endurecimiento bélico de la Casa Blanca está regresando el pensamiento estratégico militar que se había marginado desde el auge económico del Gobierno de Clinton. Biden percibió como un peligro el retroceso aislacionista de Trump, su desdén a la OTAN y los acercamientos a Rusia y a China.
En este contexto, las presiones de la Casa Blanca sobre México por la ley eléctrica y la negativa a sumarse las sanciones contra Rusia están exigiendo una mayor reflexión estratégica nacionalista de las élites mexicanas.
México tiene una larga historia de padecimiento de las presiones imperiales de Estados Unidos. Aunque no tuvo una capacitación estratégica determinante, el presidente Biden fue senador y miembro de la poderosísima y estratégica comisión de política exterior dónde se aprobaron presupuestos y sobre todo enfoques de dominación geopolítica de la Casa Blanca. Ante la ausencia de un estratega de seguridad nacional, Biden está atrapado en el enfoque militarista de las relaciones internacionales y en ese contexto se localiza la opción de provocar a Rusia para la invasión militar de Ucrania, aunque, a la hora decisiva, la Casa Blanca no tuvo la fuerza interna para enviar tropas de apoyo a la resistencia ucraniana.
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