Carlos Ramírez 27 junio, 2022 | Hace 2 años
La reacción de la comunidad sacerdotal jesuita -a la que pertenece el papa Francisco- ante el asesinato de dos curas dejó un sentimiento de desazón: la exigencia de abandonar la estrategia de construcción de la paz y regresar al modelo Calderón-Peña Nieto de usar la fuerza bélica contra capos y cárteles.
En pocas palabras, la comunidad religiosa jesuita quiere venganza y sangre, aunque deje la impresión de que en lugar de salvar almas se podría dedicar a bendecir armas con sacerdotes como capellanes de la Guardia Nacional.
La inseguridad está llevando, de manera no tan sorpresiva, a expresiones sociales y políticos de apoyo a la estrategia fallida de descabezamiento violento de cárteles, a partir del esquema binario de que se combate a los cárteles con toda la fuerza del Estado sin importar la capacidad de respuesta criminal o se buscan resolver las causas con estrategias de largo plazo.
Los críticos del modelo de construcción de la paz no parecen haber entendido el mensaje del Cártel de Sinaloa en octubre de 2019, cuando amenazó con estallar camiones bomba en zonas habitacionales militares si no liberaban a Ovidio Guzmán, hijo de El Chapo. Es decir, que a lo largo del ciclo 1984-2018, los grupos delictivos construyeron una capacidad armada que rebasa a los niveles policíacos.
En este contexto, el regreso a la narcoguerra llevaría, ahora sí, a convertir el país en un campo de batalla callejero. La destrucción de los cárteles implicaría una declaración de guerra que incendiaría cuando menos una docena de entidades de la República donde el crimen organizado ha tomado el control social y político ante la pasividad de sectores encargados de combatirlo, entre ellos la importante estructura social de la Iglesia que permite tener sacerdotes en las comunidades más abandonadas.
Solo falta que el papa Francisco y el Vaticano exijan al Gobierno mexicano declarar la guerra violenta a balazos contra el crimen organizado.
Zona Zero
La reacción del sector religioso ante el asesinato de dos sacerdotes jesuitas y la exigencia de cambiar la estrategia de seguridad de los abrazos a los balazos puso a la Iglesia católica en confrontación directa con el Estado. Pero si un sector social tiene información de inteligencia sobre los grupos delictivos, es precisamente la Iglesia por el poder real del confesionario y la fe. Y los grupos criminales son creyentes en el infierno.
(*) Centro de Estudios Económicos, Políticos y de Seguridad.
@carlosramirezh