Guillermo Valdés Castellanos 16 marzo, 2022 | Hace 3 años
López Obrador se ha empeñado en ser el tema principal de los análisis políticos y lo ha logrado, aunque ahora se victimiza y asegure ser el presidente más atacado de la historia. Casi todas las semanas da nota; la última su carta al Parlamento Europeo, antes, su respaldo a Gertz y de paso a una justicia politizada y abusiva; hace un mes su ira con Loret y MCCI por la casa gris de su hijo. Así nos hemos ido todo su sexenio. Su persona, sus dichos, sus hechos, su personalidad, sus fobias; su limitada visión del mundo y de la historia nacional; su autoritarismo y su vocación por dividir y descalificar. Casi todo ha sido dicho. Son los riesgos del presidencialismo.
El problema es que al analizar la situación del país —economía, inseguridad, salud, corrupción, democracia, educación— es imposible desligar el análisis de la realidad del estilo personal de gobernar; es decir, de los rasgos de su personalidad, de su visión del mundo, de sus simplificaciones de la realidad. Así, una de las grandes tragedias del presidencialismo exacerbado que practica AMLO es que él y solo él tiene que tomar las decisiones relevantes. Al hacerlo así, elimina el componente institucional —los equipos de técnicos y profesionales de las dependencias gubernamentales— que ha sido construido lenta y penosamente durante décadas. Es más, se ha empeñado en expulsarlo de la administración pública.
Pero también ignora otras voces de la sociedad y de especialistas sobre la pertinencia o no de sus políticas públicas; lo que hace pensar que ni en sus delirios más febriles se ha imaginado las consecuencias negativas de decisiones como la cancelación del aeropuerto de Texcoco, del Seguro Popular, de las escuelas de tiempo completo, de no apoyar a las empresas durante la pandemia, de politizar la justicia y mantener a Gertz; de querer destruir al INE, de la política de abrazos y no balazos; de creer que incrementar los subsidios sociales significa que ya puso primero a los pobres, cuando ha destruido las instituciones que más protección les daban. En fin, el listado es enorme.
Pero tampoco habría ese grado de presidencialismo sin otro componente: el servilismo de su entorno. Cuando los senadores de Morena declaran que AMLO encarna al pueblo, la patria y la nación y le ofrecen apoyo incondicional, no queda más que pensar que se ha perdido toda mesura y que avalarán cualquier exceso. La ruta directa, sin obstáculos ni advertencias, al despeñadero. Así de simple y grave. No se trata de que el gabinete y sus bancadas sean un contrapeso; simplemente es deseable que realicen bien sus funciones y defiendan sus atribuciones y responsabilidades, ayudándole al Ejecutivo a tomar las mejores decisiones. Cuando se invaden esas funciones tan descarada y equivocadamente —como fueron la carta al Parlamento Europeo o la decisión de mantener el precio de las gasolinas a toda costa— lo normal sería la renuncia de los titulares del gabinete afectados. Digo lo normal puesto que en sociedades democráticas los miembros del gabinete tienen dignidad (actitud que no tolera las ofensas, las humillaciones y desprecios) y creen que ejercer la función pública de manera ética y profesional la requiere.
Así las cosas, la consulta para ratificar el mandato (que no revocación) pretende canonizar y normalizar el binomio presidencialismo-servilismo que está conduciendo al país a deterioros terribles. Intolerable. No participar es lo mínimo para no avalar esa locura.