Rubén Aguilar 7 octubre, 2022 | Hace 2 años
El dictador Daniel Ortega (1945), que día con día pierde el sentido de la realidad e incrementa los niveles de la violencia física y verbal, agrede a todos los que critican su comportamiento y gestión.
Días atrás atacó de manera particularmente agresiva al presidente de Chile, el izquierdista Gabriel Boric, al que calificó de “perro faldero” por demandar la libertad de los presos políticos de Nicaragua.
Ortega acusa a Boric, ejemplo de la izquierda democrática en América Latina, de querer congraciarse con Estados Unidos y Europa. Lo acusa, sin ningún fundamento, de tener presos políticos en Chile. El dictador asegura que en Nicaragua hay democracia, pero en Chile no.
En su delirio, Ortega agrede al secretario general de Naciones Unidas, António Guterres, de ser un “pelele de los yanquis”. Esto como respuesta a que el pasado 13 de septiembre, 45 países en la ONU lo condenaron por represión y le demandaron, una vez más, la libertad de los presos políticos y de conciencia.
Se lanzó también contra la Iglesia católica. Al referirse a obispos y sacerdotes dijo: “Desde cuándo tienen autoridad para hablar de democracia. ¿Quién elige a los curas, quién elige a los obispos, al papa? La Iglesia, dijo Ortega, “es una dictadura perfecta, una tiranía perfecta”.
A los obispos y sacerdotes que critican la violación sistemática de los derechos humanos por parte del régimen y la falta de libertades políticas los acusa de “golpistas”. Hoy un obispo, Rolando Álvarez, y varios sacerdotes están en las cárceles de la dictadura.
La Policía y el Ejército, sustento de éste como de todos los dictadores que hay en el mundo, le juran lealtad. A cambio de ella reciben múltiples prebendas. Los niveles de corrupción en estas instituciones son conocidas por la sociedad.
El país, desde 2018, después de una serie de manifestaciones populares reprimidas brutalmente por el régimen, con cerca de 400 asesinatos, vive en un estado de excepción de facto que anuló el ejercicio de las libertades democráticas.
Está suspendido el derecho de reunión y movilización, de libertad de expresión, de manifestaciones religiosas y toda la población está bajo vigilancia de la inteligencia policial del Estado.
Nicaragua vive en un régimen militar-policial permanente donde las fuerzas de seguridad, junto a los paramilitares financiados por la dictadura, juegan un papel central para sostener al régimen.
En la actual situación, nadie ve cómo salir de la dictadura. Cualquier comentario crítico, incluso anodino, conduce a la cárcel.
Las y los nicaragüenses fueron capaces de sacudirse a una de las dictaduras más largas y violentas de América Latina cuando derrocaron a Anastasio Somoza. Sé que lo volverán a hacer.
@RubenAguilar