Columnista Invitado 10 mayo, 2023 | Hace 2 años

La opinión de Pascal Beltrán del Río – Los caminos del infierno

En marzo de 2021, el general Glen VanHerck, cabeza del Comando Norte –brazo del Pentágono encargado de defender la integridad de Estados Unidos en caso de una invasión– afirmó, en una conferencia organizada por el Comité de Servicios Armados del Senado de ese país, que las organizaciones criminales dominan un tercio del territorio mexicano.

La declaración no tardó en ser desmentida por el presidente Andrés Manuel López Obrador, quien, al día siguiente, manifestó en su conferencia mañanera: “No es cierto lo que se sostiene, pero respetamos las opiniones de todos”.

Sería imposible para mí –y creo que para casi cualquiera– establecer con precisión qué porcentaje del país está bajo control del crimen. Formalmente no hay municipio cuyo ayuntamiento no tenga presidente o autoridad encargada, y en cada palacio de gobierno estatal despacha un gobernador. Pero detrás de esa realidad institucional, muchas veces hay otra en la que la delincuencia controla uno, varios o todos los aspectos de la vida pública. Se trata de una realidad paralela en la que el gobierno no incide, ya sea por complicidad, indolencia o incapacidad.

La mano de los criminales se siente de varias maneras: en la extorsión a productores o comerciantes, en el control de las policías locales, en la asignación de la obra pública, en la organización de espectáculos, en la venta de alcohol, en la explotación de recursos naturales, etcétera.

Uno de los campos en los que ha comenzado a notarse fuertemente su presencia es la movilidad terrestre. Los delincuentes se han apoderado de muchos caminos del país. Carreteras federales como la 150 (en su tramo Puebla-Orizaba), la 54 (en su paso por el estado de Zacatecas), la 2 (entre Reynosa y Nuevo Laredo), la 132 (entre Tulancingo y Xicotepec), la 199 (entre San Cristóbal de las Casas y Palenque), la 37 (entre Uruapan y La Piedad) y la 45 (entre Celaya y Querétaro) son algunas que se han convertido en paraíso de asaltantes y secuestradores.

En días recientes, otras dos autopistas se dieron a conocer por la inseguridad que presentan. Una de ellas, la 57 –que une el Valle de México con la frontera norte –, es la vía más importante del país para la importación y exportación de insumos y mercancías. Otra, la 95, uno de los caminos más antiguos del país, que dio a conocer a México en el extranjero por enlazar a la capital con Acapulco, y que es utilizado por cientos de miles de personas cada fin de semana, particularmente en su tramo entre la Ciudad de México y Cuernavaca.

La semana pasada, vehículos que circulaban entre Matehuala, San Luis Potosí, y Saltillo, Coahuila, fueron abordados por asaltantes fuertemente armados a la altura del municipio de Doctor Arroyo, Nuevo León. Luego de ser interceptadas sobre la carretera 57, las víctimas fueron conducidas por una brecha hasta el poblado conocido como El Tecolote, donde fueron retenidas durante seis horas, despojadas de sus pertenencias, incluidos sus autos, y abandonadas en el desierto. Algunas fueron, además, golpeadas.

Lo paradójico es que se trata de la misma zona donde a principios de abril se rescató a decenas de migrantes, secuestrados por traficantes de personas, luego de que se denunció la desaparición de presuntos turistas que iban de San Felipe, Guanajuato, a Saltillo, a bordo de dos camionetas (y que resultaron ser, ellos también, migrantes).

En la otra carretera, la 95, sobre la vieja vía entre la Ciudad de México y Cuernavaca, los ocupantes de 22 vehículos fueron asaltados a la altura de Huitzilac, Morelos, después de salir de la autopista de cuota para librar un bloqueo que habían instalado campesinos en pleno regreso del fin de semana.

Dicho municipio se ha convertido en bastión de grupos delincuenciales, que se dedican a varios giros criminales, como secuestro, extorsión y tala ilegal.

Es así como vamos perdiendo trozos de nuestra geografía ante los delincuentes. No sé si sea la tercera parte, como dijo el general VanHerck. Lo cierto es que actividades que hasta hace poco realizábamos, ya sea por obligación o placer, sin pensar en ser víctimas de algún crimen, se han convertido en una fuente indudable de peligro.

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